Peter Szondi, investigador alemán a partir del cual se fundaron varias de las investigaciones en dramaturgia contemporánea y estética teatral (como el posdrama), realizó dos grandes investigaciones. La primera sobre el drama y su crisis. Una tentativa sobre la tragedia, a pesar de tener muchas falencias argumentativas, desprende un marco de investigación muy interesante que es contraponer el surgimiento y crisis del drama con la caída o desaparición de la tragedia (según La muerte de la Tragedia de George Steiner), y lo que Lehmann vislumbraba sobre la reaparición de lo trágico en el teatro contemporáneo.
El posdrama es interesante no sólo teóricamente, sino contextualmente como sentido neotrágico del teatro, tampoco se reduce a lo estético (como la aparición del coro, las voces e «impersonajes») o a la condición de la fábula dentro de la misma, sino que se construye en lo filosófico y la cosmovisión del siglo en el que nos adentramos, del que llevamos recorrida más de la primera década. Sobre todo en las artes escénicas y su vida en este país.
El drama tiene que ver con la estructuración aristotélica que comparte con la trama de la tragedia clásica: las partes lógicas, la concatenación, la unidad, etc… Pero no comparten la visión sobre el personaje. Los personajes trágicos son aquellos seres que fungen como catalizadores de la realidad; es decir, a través de ellos sucede la vida y la muerte, es por sus errores y decisiones que los dioses, la vida o el destino actúan sobre ellos como si fueran medios para la realización de un camino marcado. Si el pueblo necesita un castigo, entonces el héroe, el patriarca, está ahí para que suceda lo inevitable. Como escribe Steiner, el héroe trágico, sea hombre o mujer, no tiene salvación. La salvación comenzó con el judeocristianismo, cuando los dioses se apiadaron de los hombres al darles la oportunidad de resarcir los daños con el perdón.
La tragedia no se trata ni de culpa o perdón, no hay tiempo para ello. Este pensamiento, por muchos siglos dejado al olvido, dio lugar a la idea de drama como pensamiento moderno donde el personaje que toma las riendas de la trama puede cometer errores, también racionaliza y toma decisiones que llevan a la ejecución de la historia, de su vida. En los personajes dramáticos vemos cómo se va concibiendo una vida, cómo las decisiones del individuo cambian su destino. No es el destino por delante, sino que él mismo es el artífice de su destino, como lo dictan los valores del modernismo desde la Ilustración. El hombre como creador de vida, como controlador de la naturaleza y las leyes de los hombres. Ya no son los dioses o entes de otro plano, ahora son los hombres de carne y hueso quienes crean la historia.
Entonces ¿qué ha pasado en las últimas décadas? ¿Por qué esta idea ya no entra cabalmente en las creencias de los ciudadanos y los artistas?
La crisis del drama, para Peter Szondi, tiene que ver con la ruptura de la dialéctica entre forma y contenido. El drama en su estructura dejó de dar cabida a ciertos temas y formas de contar la fábula, por tanto, los autores tuvieron que hacer una serie de cambios en cuanto a las formas para poder hablar de los temas que les importaban. Chéjov, Ibsen, Strindberg encontraron que las estructuras dramáticas y de diálogo podían mutar hacia otros territorios hasta llegar al sueño, a lo mágico, a lo increíble. Los personajes ya no estarían en una Tebas infestada, pero sí en espacios al borde del vacío: vacío de pensamientos, vacío de ley, de destino, es decir, ni en un presente ni en un pasado. Ni hablando con los dioses ni con el diablo, simplemente conversan con ellos mismos. Esta visión moderna se contrapone a la perspectiva dramática del personaje que crea trama. A partir de Heiner Müller y un poco hasta en Arthur Miller, los personajes ya no van a ninguna parte, simplemente están ahí sin poder salir. Surge lógicamente el metateatro, la idea de estar dentro de un mundo sin poder salir; una visión del hombre dentro de una burbuja, en un lugar desde donde no puede encontrar un final. Los finales dejan de ser finales. Ya no hay dioses que castigan, ni hombres que terminan mal; simplemente no terminan. El vacío filosófico, el vacío de sentido, el vacío del habla.
Después llegó la posmodernidad y ciertamente algo cambió porque las generaciones actuales —me incluyo— además de tener una nostalgia ante el abismo y el sinsentido, nos enojamos más, nos frustramos más, pero no nos quedamos ahí en el vacío, sino que lo llenamos con cosas.
Aquí es donde veo que la idea de lo trágico retoma fuerza. En las escrituras actuales como las de Sara Kane, Falk Richter y Carol Churchill hay una visión sobre el vacio, llenar la vida de cosas para cubrirlo, hablar de banalidades para no ver la realidad como un engaño ante el destino, aunque éste tenga un final trágico: las cosas están mal y se pondrán peor.
Con sólo nombrar el final trágico donde todos terminaremos mal, entramos en pánico. En realidad hay una resolución y ésta tiene que ver con la aceptación de que los humanos somos más pequeños que el destino, más que los dioses que ya no existen; minúsculos cuerpos que se mueven en hormigueros de miles de otros cuerpos pequeños resignados a las mínimas tareas cotidianas de comer, coger, dormir. El héroe trágico ya no es un hombre de alto rango, sino el pequeño miserable del que todos tenemos algo.
Esta idea trágica que se mira constantemente en las dramaturgias de occidente, tiene que ver también con la idea del teatro contemporáneo de mostrar las minucias de los testimonios, de aquellos que no importan, de la gente que no tiene nada que la caracterice.
A partir de darle valor al vacío, a lo pequeño, a lo mínimo, al Yo, (somos parte de la modernidad), podemos encontrar la catarsis, la resolución ante la falta de tal. Al dejarnos caer al vacío y llenarlo de nosotros mismos, damos aliento al destino trágico de una época, desaparecemos y lo que queda es el vacío de ser ante un mundo lleno de cosas.
Este pequeño ensayo es sólo el primer esbozo de una idea sobre lo trágico. Esta idea posmoderna de la trágico tiene una fuerza avasalladora en todas las artes. Sólo hay que mirar los cómics en Facebook, las obras de teatro, la literatura. Ya no se trata de «El Extranjero» que está exiliado del mundo. Ahora el Yo es el mundo donde hay un destino y un mundo mucho más grande, donde este Yo ya no tiene injerencia, pues se recluye en su mente, sus deseos y sus sueños. Esto lo convierte de nuevo en un personaje con características trágicas pero desde una perspectiva del siglo XXI.